domingo, 13 de diciembre de 2009

SAROBE

Apenas un indicio de sospecha, sólo la incredulidad que nos lleva a una desconfianza, tenue y efímera, ante una pareja joven que viniera a comprar algunos acres de estas tierras. No nos juzgue de antemano, pero entienda que miráramos con cautela aquello que cambiaba el orden natural de las cosas. Este pueblo está destinado a morir, a ser reliquia, a alimentar la imaginación de los que viven la fantasía de los parajes despoblados; las calles que han acogido a tantas generaciones terminarán recorridas por soñadores románticos que perciban el aislamiento, la incomodidad del frío o el cansancio como una ilusión deseable, como una auténtica forma de vivir a la cual ya no pueden acceder. Por ello le pido que no le extrañe nuestro recelo. Al menos considérelo natural como primera reacción. Sobre todo aquí donde no hay lugar para la incertidumbre pues no sucede nada nuevo y todo transcurre según lo ha hecho antes y se hará después. Incluso la muerte, el cambio más absoluto, se ha vuelto previsible entre nosotros, y por tanto, aunque trae tristeza la asumimos sin temor. Quizás así entienda mejor lo que otros querían decir cuando hablaban de que nos pusimos alerta por si eran una amenaza.

Para que pudiera comprender del mismo modo que yo lo que aquí relataré debería explicarle mi historia, la de mis padres y la de mis abuelos, pues pensando ahora en lo sucedido, ya con calma y reflexivo, me doy cuenta cual ha sido realmente mi delito: soy culpable de arraigo. Sin embargo, sólo descargaré sobre mis difuntos parte de los remordimientos que han de hacer que no muera tranquilo, dejándole a usted escrito el recuerdo de lo ocurrido. No se extrañe de observar más clarividencia al inicio de la narración que en la descripción de los últimos acontecimientos. Tampoco lo achaque a un problema de memoria; es causa de mi obcecación, mezcla de miedo y de ira, que aumentaba según transcurrían los hechos. Así contemplé el final con un velo tejido por la estupidez de mis instintos.

Siempre es difícil fijar un comienzo, pero en este caso creo que no me equivoco si hago coincidir el origen con una exaltada visita de Edurne. La viuda irrumpió en mi casa tras su paseo vespertino, con el que disfrutaba viendo la puesta de sol.
- ¿Se ha enterado? Los herederos de Jon han vendido.
Lanzó la noticia deprisa, casi precipitada sin darme tiempo a buscar una excusa para echarla de mi casa. Desde que murió mi esposa sentía la necesidad de alejar de mí a esa vieja que apestaba a soledad. Nunca supo, a diferencia que el resto de nosotros, resignarse a la nostalgia de la senectud, al desamparo de las ausencias de toda una vida. Por ello, a pesar de compadecerla, la rehuía temiendo que su desesperación fuera contagiosa. Sin embargo, aturdido por la sorpresa, la invité a entrar.
- Pero exactamente ¿qué han comprado?
- Todo. Incluso las tierras.
- No es posible. Cuente y no pierda detalle.
- Salí hacia las siete, todavía de día, para acercarme al pozo de Goiko. Quería ver si a la mañana necesitaría ayuda para ir a por hierbas. Iba descuidada y fue cuando cruzaba el praderío hacia el sendero de la borda, que escuché a mi espalda <>. ¡Qué susto señor mío que pasé!. Entonces al girarme, ya recuperada, les vi.
- Vale, vale, no se sulfure. Sírvase de otra copita. ¿Cómo eran?
- Pues no sé, jóvenes. Él parecía simpático, como buena persona. Alto y moreno, aunque no muy fuerte. A este el invierno se lo come – añadió -. Pero muy contento. Apostaría que fuera él quien gustara comer del prado jugoso.
- ¿ Y ella? – pregunté saboreando yo también mi licorcillo, sobre todo para celebrar la excitación de Edurne.
- Mucho más reservada. Y extravagante. Toda la cabeza lisa, rasurada a maquinilla salvo una pequeña mata de pelo; así –improvisó un moño espeluznante - similar a una tonsura, ya sabe, de párroco de los de siempre.
- Bien, bien, pero ¿qué le contaron?
- Bueno al principio por educación hicimos las presentaciones <> y por supuesto me ofrecí para cualquier cosa. Ellos dijeron sus nombres << Marcelo y Silvia sus nuevos vecinos>> y también se mostraron ambles. Dieron detalles, sin que yo se lo pidiera, de la compra que habían hecho. Estaban interesados en adquirir una posada y de todo el valle escogieron Sarobe. Lidiaron con los herederos de Jon , pues éstos sabían de las dificultades que acarreaban sus tierras. Y como tienen la misma testa obtusa que su padre, no desvincularon ni un solo momento la venta de la posada de la de esas tierras propiedad de su familia que nadie quiere ni regaladas.
- Usted les aviso, supongo.
- Sí, claro. Les nombré una a una las servidumbres de agua, las obligaciones de cesión de paso, y los bienes comunales que habían adquirido. Sin embargo ellos ya sabían, y habían jugado esa baza para conseguir mejor precio.
- Vaya, por lo que usted explica se nos va a llenar el pueblo.
- No, que va. Calle que eso es lo más extraño. Les empecé a hablar de reformas, de los conocidos que podrían ayudarles si arreglaban un buen pago, que ellos me cortaron de golpe, aunque corteses. Querían la posada, pero no para explotarla como tal negocio sino para otro.
- ¿Cuál?
- No sé, como no me contaron no pregunté.
- Doña Edurne, por favor...
- De acuerdo. ¡Como me conoce usted!. Es una lástima que no se avenga a conocernos más. Intenté averiguar, más por seguir charlando un rato que por interés pues ya sabe que sólo mis asuntos me importan, pero o bien no acertaron con la intención de mis palabras, o divagaron hacia otros caminos para esconderme sus propósitos. Total que he venido de vacío, con un misterio que me come por dentro.
- ¿Ha hablado con alguien sobre este tema?
- Hombre, ya le comenté al principio que iba a ver a Goiko....
- ¡Dios santo!. Mañana esto será un hervidero de suposiciones. Iré a verles en cuanto salga el sol. Debo evitar la peregrinación de todas ustedes, llevando botes de miel en la mano, hacia la posada. ¡ A saber que chisme inventado me encontraría a la tarde en cualquier corrillo de cotorras!
- Pero, hombre, no falte.
- Ande, ande. Y guárdense todas de curiosear, que en cuanto sepa algo convocaré una reunión.

De esta guisa eché a la vieja de mi casa. Marchó contrariada, más porque aún quedaba licor en la botella que porque pusiera fin a la conversación.
Llegados a este punto le referiré cual era mi responsabilidad en todo este asunto. Mi abuelo fue alcalde del pueblo, costumbre que pasó a mi padre y luego a mí. Ya le he explicado que recelamos ante los cambios. Desde que llegó la democracia mi reelección es más divertida. Montamos un gran teatro, con papeletas impresas, mesa electoral, vocales y testigos. Hasta doy un discurso acompañado de la banda municipal. Pero no hay quien ose disputarme el cargo. Sólo ocurrió una vez. Vino un político, de esos de partido, a empapelar durante la noche los árboles de la plaza con su foto y un emblema. Por si le interesa le diré que mi comportamiento fue acorde con los nuevos ideales. Arropado por la algarabía de todos los vecinos le entregué el báculo de alcalde a través de la luna trasera de su coche. Marchó custodiado por la Guardia Civil, quienes entre risas reprobaron nuestros malos modales. Desde entonces los partidos vienen a hablar conmigo, y para ser justos debo señalar que no pagan mal.
Por mi condición de dirigente sabía que, como quien no quiere la cosa, recibiría una delegación de vecinos curiosos pidiendo explicaciones acerca de los nuevos posaderos. Los veía ya en sus casas, ávidos e insomnes, contrastando los detalles que les hubiera dado Edurne con los que brotaban de sus imaginaciones fértiles. Esa certeza no me dejó pegar ojo. Yo aparecería, a media mañana con unas respuestas sencillas, llanas y verosímiles, diferentes en todo a sus elucubraciones nocturnas; y la versión de la vieja loca, más satisfactoria que la mía, prevalecería por siempre jamás. Una hora antes de la salida del sol ya estaba preparado calmando mis ansias con los restos del licor de la vigilia.
Le diré que esa mañana estuvo llena de descuidos; porque cientos de ojos mirando una puerta no pueden atender otros quehaceres. Aunque más grave fue que yo me sustrajera de la sensatez y olvidase mis obligaciones en favor de un ímpetu indignado que iba creciendo según avanzaban mis averiguaciones en el recién constituido nuevo hogar. Caí en la trampa de la conversación cordial, de su estrategia halagadora para esquivar mis preguntas y de sus buenos modales que eludían el enfrentamiento. Quedé soliviantado por la elocuencia torrencial de ese joven. Pero, por encima de todo, descuidé la llamada de la razón, el único asidero restante para apocar mi deseo de venganza por la postura de la joven, cuyos ojos, bajo esa tonsura extravagante, me señalaron el camino peligroso que recorrían sus pensamientos, desde el fastidio inicial ante lo que ella creía simple curiosidad hasta la advertencia de que me cuidase mucho de no entrometerme en cosas ajenas. Así salí por esa puerta blandiendo mi malhumor. No necesité convocar al pueblo que estaba ya ansioso esperando frente a la posada.
- Pues será que no han querido soltar prenda esos petulantes- bramé frente a la muchedumbre.
- ¿ Qué le han contado? – Fue Goiko el que olvidando sus obligaciones con el ganado me lanzó la pregunta.
- Poco. Digamos que nada de interés. ¡ Les encanta este lugar! Que si ha sido un descubrimiento, que si vaya montañas, que cuánto verde, que ¡Hostias!. Se van a enterar. Y como si no hubiera suficiente misterio ya, va el marido y me suelta que cobijarán a algunos familiares para que les ayuden en el negocio. Claro, me he dicho, ahora entro a trapo. Pero, no. A su buen parecer, en honor a la discreción necesaria para el éxito del negocio, sólo me puede adelantar que todos nosotros sacaremos provecho de su talante empresarial. ¡A tomar por...!
- Sr. Alcalde, por favor. – Edurne sonrió complacida de que sus hipótesis cobraran fuerza, sin miedo a que ningún desmentido por mi parte trajeran seso a sus locuras.
- De acuerdo. Haré según se debe. En vistas de los aquí reunidos, por su número y calidad, - o sea, no faltaba ni Dios,- convoco pleno municipal con carácter extraordinario. ¡Que se acerque el secretario a levantar acta! – Esperé unos segundos sin atisbar movimiento alguno. Conté hasta veinte y de ahí a treinta y mi cara se puso roja a los treinta y cinco cuando no pude más con el bisbiseo de << avisadle que no se entera >>. Estallé en palabras que no dieran lugar a equívoco - ¡ Julián, coño, venga con la libreta!
- ¡Ah!, a eso se refiere. Hable claro que ya sabe que me cuesta.
Lo que ahora sigue, no aporta nada a la historia. Pero están en mi testa, como una pesadilla, los ocho minutos que tardó el escribano en recorrer doce metros. Que renquease de una pierna tampoco era tan inusual entre mis vecinos. Quien más quien menos adolecía de algo. Ahora bien, aquel desgraciado conversaba con su extremidad maltrecha. << Te vas a mover según te ordene >> , le decía, << ánimo que esto es importante no vayamos a quedar mal>>. << para un poco que te circule la sangre>>. Lo que hubiese sido un espectáculo paupérrimo, digno de compasión para cualquiera, fue aprovechado por los presentes como motivo de alegría y guirigay. Comenzó Goiko y luego, uno a uno, se fue sumando el resto. << Alehop >>, jaleaban cuando el tullido movía el bastón; y con un <> aplaudían el avance de la pierna. Alehop...plas; alehop...plas; alehop...plas. Cuando llegó a mi lado reverenció al público con la “v” de la victoria, girando sobre si mismo, para mostrarla a todos. Me enervé tanto que también le saludé con un plas en su cara. Cayó al suelo y tardamos un rato en reanimarle.
Perdonen el inciso, pero con este episodio en la cabeza se me hacía difícil continuar. Proseguiré con un parche, un adjunto que me evitará ser infiel a lo sucedido, pues como el descontrol dominó los acontecimientos y ahora mi espíritu está en calma, no deseo que mis recuerdos se adornen de bondades falsas. Estábamos cabreados, esta es la verdad. Así, para que se haga una idea exacta de nuestras deliberaciones he grapado el acta de la reunión. Advertirá en su lectura ciertas dificultades; el lenguaje es impropio de un documento de este tipo y la redacción, en fin. Quizás me equivoqué al elegir a Julián como secretario, pero si bien la transcripción es algo libre debido sobre todo a los problemas de mi escribiente con el dictado, es admirable su capacidad de síntesis. Cazó la idea al vuelo. Lea detenidamente la nota.



Sarobe, 7 de Septiembre de 1993
Aquí viene lo dicho en Junta:
El Sr. Alcalde explica cómo quiso saber de las intenciones de los susodichos. Sus putas madres tenían el útero pequeño lo que provocó asfixia cerebral en los susodichos. Doña Edurne solicita una comisión que espíe los movimientos de los susodichos. El Sr. Alcalde manda a tomar por culo a Doña Edurne. El Sr. Alcalde se caga en la monarquía y en la democracia. Servidor también se caga. El Sr. Alcalde demanda una propuesta juiciosa. Servidor abronca a su esfínter sublevado. El pueblo se subleva ante el hedor emergente. El Sr. Alcalde grita: ¿qué mierda es esta ?. Servidor atiende a la orden y la enseña. El pueblo delibera. La propuesta de Goiko es jaleada por el pueblo. El Sr. Alcalde no da crédito a sus ojos. Servidor cierra los ojos al ser estrellado como ariete contra la puerta de la posada. Servidor se despierta encima de unos fardos y termina de redactar esta acta aprovechando que tiene las manos libres.
El Secretario
Ruegos y preguntas: Atendiendo al cariz institucional de los hechos de esta mañana, el arriba firmante solicita la compra de una nueva boina a cargo de las arcas municipales, entendiendo que los desperfectos causados por el pomo de la puerta no son susceptibles de remiendos.


El manuscrito de Julián nos emplaza a usted y a mí a viajar al interior de la posada. Le ruego atención a las líneas siguientes, pues en ellas encontrará el germen del asunto que ahora nos enfrenta y quizás también la solución.

Doy gracias a Dios por sentir miedo. Cuando vi que la turba alocada tiraba abajo la puerta quedé paralizado por el pánico. Esos segundos, sin duda, me devolvieron el buen juicio. Sus empleados se encontraban en suelo del salón agitando pies y manos entre gritos y bastonadas resueltos a no sucumbir. Yo agarré una silla y la lancé por la ventana. El estruendo de los cristales atajó el linchamiento y recuperé mi autoridad. Viéndome de nuevo capacitado en el mando ofrecí mi ayuda a la pareja maltrecha. Enseguida se organizó un revuelo de voces, brazos y carreras en pos de dar cura a las magulladuras de los dos heridos. Aún puedo ver su expresión absorta, reflejo de paroxismo e incertidumbre; la duda patente en sus labios esbozando un conato de protesta y la perplejidad al cruzar sus miradas sugiriéndose aceptar con resignación lo que allí estaba ocurriendo. Y fue entonces, mientras estábamos atareados con apósitos y linimentos, que una ráfaga de aire entró por la ventana guiando nuestros olfatos hacia donde permanecía sentado Julián.
- ¡Cabrones! – El grito de aquella pobre chica fue desgarrador, y continuó arrodillada junto al sillón, balbuceando empapada de lágrimas – Nos golpean, nos insultan, nos curan, y ahora nos joden la mercancía.
Le ahorraré los detalles más escatológicos. Nadie se había cuidado de limpiar al escribiente. Imagínese sólo una filtración de aguas. Pero lo realmente importante fueron las últimas palabras de la joven. “La mercancía”. El enigma, el asunto, el negocio, la causa de tanta locura yacía en el suelo, envuelta en un fardo. Le ordené a Julián que lo desatara quien solícito desenvolvió el paquete sin hacer ascos de sus propias heces.
Apareció el secreto. Tras un silencio inicial y un momento de estupor comenzó de nuevo la vorágine. Esta vez las risas sustituyeron a los golpes y los pañuelos a los apósitos. << Pan, pan, guardemos el secreto>>, se oía.; <>, bromeaban también. Mientras tanto Julián se rebozaba en el contenido del fardo volteando a cada carcajada. Marcelo brincó del sillón, pero Dña. Edurne le agarró del brazo.
- Idiotas, casi os matamos por una tahona. No sé cómo será en la ciudad, pero en el campo desde luego no es necesaria tanta cautela.. Y ese otro fardo, ¿qué guarda, el oscuro misterio de la levadura?
Sin tiempo a ser respondida con alguna inconveniencia, cayó sobre el joven asustada por el aullido de Julián.
- Yujuu... es un milagro. Esta harina es mágica. Miren todos mi pierna. – Y en efecto se puso a saltar desplazando su pierna izquierda con la derecha y viceversa, adelante, atrás, un lado, otro, varias veces, cada vez más rápido, intercalando hacia al final del baile algún giro para complicar su acrobacia.
Ante tal prodigio de la ciencia alimentaria los presentes ya se pegaban para probar la harina. Y entonces Silvia me imploró, agarrando y besándome los pies que pusiera fin a aquello.
- Por Dios, ayúdenos. Mátennos si quieren, pero dejen en paz la mercancía. Si continúan tragando de ese modo otros acabaran con nuestras vidas. Ponga fin, y le contaremos la verdad. Y por el bien de sus vecinos mejor que paren, eso no es harina.- Tanto sollozo me conmovió.

Así fue como me enteré de sus negocios. Considero una injusticia que quiera matar a Silvia y Marcelo, ya que son culpables sólo de inexperiencia. Yo, sin embargo, que he vivido mucho más y poco miedo tengo a morir, digo no a sus negocios si el pueblo no puede intervenir en ellos. Ya le he hablado del arraigo. Un buen acuerdo entre usted y yo traerá prosperidad y con ella vendrá vida nueva y yo habré cumplido bien como alcalde.

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