viernes, 23 de octubre de 2009

HALLAZGO

Inspirar: atraer el aire a los pulmones; espirar: expeler el aire. No puedo hacer ni una cosa ni otra. . No tengo consciencia de mis músculos y ya no puedo ver. Mi tronco rígido y a la vez ausente sirve de eje para que mis extremidades se muevan al vaivén de las corrientes marinas. Mis piernas se mecen hacia delante y hacia atrás al ritmo de las olas. Mis brazos suben y bajan en un aleteo lento sin responder a mis gobiernos. Se coordinan sin autonomía con el agua. Apenas ha transcurrido un instante desde la última contorsión, un esfuerzo por desasirme de esos agarrones que me sumergen en el mar. Ha sido el intento postrero que ha agotado cualquier deseo por liberarme. Un estallido de dolor recorre todo mi cuerpo. El sabor de la sal sustituye al gusto de la sangre que brota de mi nariz. Trago y trago sin parar entre fatales espasmos, pero mi garganta continúa seca por la asfixia. Además está ese peso sobre mi cabeza. La fuerza de varias manos presionando mi sien con violencia rabiosa como si quisieran desparramarme la retina. Espero no tardar en morir Al fin un momento de sosiego. Aunque no sé si es debido a la llegada del final o bien a un sorprendente acto de bondad. Unos brazos me tiran de las axilas sacándome a la superficie. Amago un grito y respiro, o quizás ese no sea el orden correcto. Lo único cierto es que una mano me aprieta de nuevo el cuello tirándome la cabeza, ya casi inerte, hacia atrás. Observo que chillan pero no los oigo y vuelven a golpearme como parte de un ritual inútil. El grupo de matones está dirigido por un hombre con la nariz rota, un vago recuerdo del día de ayer, alguien con quien hubiese preferido no topar. Una vértebra cruje cuando me zambullen de nuevo. Mientras las aguas roban mi aire no puedo apartar la vista de los cinco asesinos que han venido a buscarme esta mañana. Los mismos que antes de iniciar el castigo me han recordado una norma sencilla, fácil de entender y que todos conocemos en esta villa: no tomes lo que no es tuyo. Sin embargo ayer la infringí.
Con un vómito del mar comenzó mi suplicio. El día amaneció cegador, no por el sol que no se alcanzaba a ver sino por la intensa niebla que a menudo inunda nuestra costa. Un puente largo de invierno y poco dinero en los bolsillos es lo mejor para tener un poco paz y descanso. Al menos eso ocurre en mi aburrido pueblo donde cualquier día festivo se convierte en una improvisada y frenética huida. Desperté tras un sueño pesado y me acerqué a la playa sin más compañía que el periódico del día, una revista de crucigramas, un lápiz y un buen surtido de paquetes de tabaco. Si identificase los días con colores, ese domingo sería blanco: la niebla, mi ánimo, la espuma que depositaban las olas al entrar en la playa y el humo de mis cigarrillos. También la arena parecía un manto de cuarzo desmigajado cubierto con tiza, sin brillo, deslucido por la ausencia de sol.
Acomodé el trasero. Ni una voz. Nadie cerca. Solitario en la tierra prometida para los practicantes del éxodo veraniego. Perceptor único de los sonidos que se esconden durante el estío. Abrí la página de sucesos. Al parecer la lucha contra el narcotráfico había dado un nuevo giro. Otro lacayo cegado por la codicia. Fue descubierto en un robo a los suyos y escogió la opción menos prudente: la de entregarse a la policía y actuar como testigo protegido. Se trataba de uno de los tantos percebeiros que afectados por las vedas gubernamentales decidieron jugarse la vida en una actividad más lucrativa. Ahora usaban su antigua profesión como tapadera. Tras limpiar los islotes rocosos de percebes ataban fardos de cocaína en su lugar. Habían tejido una red de improvisados almacenes marinos a los que sólo ellos se atrevían a acceder.
Continué pasando páginas hasta la programación televisiva. Las noticias gastaron media cajetilla de tabaco. Para desentumecer las piernas anduve un rato a través de la cortina de luz opaca que formaba la niebla. Iba avanzando próximo a la orilla, jugando con las olas a lo largo de la bahía. Muy a mi pesar terminé con los pies empapados. Cerca de la ensenada me fijé en la presencia de un hombre junto a las rocas. Mantenía una actitud intranquila, de espera pero impaciente, alternando su mirada entre el horizonte y su reloj, como si en su esfera pudiese avistar aquello que aguardaba y no aparecía, seguramente la embarcación pesquera de algún conocido que llevase navegando más de la cuenta. Su cara evocaba un santuario destinado a la idolatría del dios tiempo. Las arrugas y los surcos profundos de la piel eran como ofrendas a la vejez. En los ojos sostenía una expresión acechadora y penetrante, llena de animadversión, una alabanza a la época madura. La juventud provenía de una potente mandíbula y de la negra cabellera; y la nariz rota, seguramente un recuerdo imborrable de la adolescencia, Ningún rasgo había de la niñez. Volví sobre mis pasos a resolver crucigramas alejándome de cualquier compañía pues quería estar solo.
No hacía demasiado viento, tan sólo una brisa fría, así que el mar sin estar del todo manso como los pocos días de verano que parece una balsa, tampoco rompía con fuerza contra las rocas como es habitual en estas fechas. Más bien diría que estaba acompasado. Inspirar y espirar. Eso hacía. Y para romper la harmonía, el vómito. Una ola escupió junto con su espuma un paquete. También blanco. ¡Un regalo! – pensé -. Estúpido, ingenuo u ocioso. Jamás había derrochado tanta insensatez. Por aceptar el obsequio soy merecedor de mi asesinato. El mar nunca ha sido generoso, jamás ha dado nada gratis. Como habitante de un pueblo costero debería saberlo. Los antiguos colonizadores lo sabían. Los buscadores de tesoros lo sabían. Los pescadores lo saben. Esa masa gigante de agua es... ¡El Diablo!. Ha mostrado nuevos mundos, exóticos paraísos para los aventureros más valientes; ofrece petróleo, gas y placeres auríferos; gestó el primer ser vivo. Pero todo tiene un precio y el mar es caro. ¿Cuántas almas de incautos habrá apresado en su limo ese Belcebú de salitre?

Estábamos en deuda y sin saber por qué yo fui el elegido. Me levanté de la roca y dejé mis crucigramas a un lado. Miré a diestra y siniestra. No había nadie. La ensenada parecía vacía. Así que me acerqué a la orilla y deshice los nudos de las tiras que envolvían mi hallazgo. En su interior: más blanco.

5 comentarios:

  1. Hola Angel. M'he llegit el teu escrit i m'ha agradat molt. I no ho dic per quedar bé. M'ha enganxat des del principi. Hi ha escrits que, per acabar-los, has de fer un esforç. Però el teu no... Com t'he dit abans, m'ha enganxat des del primer paràgraf. Segueix escrivint..... No ho dubtis....Una abraçada.

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  2. Si Ángel, sigue escribiendo por Dios! Es bueno o a mi me lo parece (aunque no soy experto) Es descriptivo y muy visual. Te envidio de veras, ojalá tuviera ese dominio de las letras!

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  3. Por cierto, ese Gand soy yo, Luis Otero!

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  4. De coca y espuma. Buen tandem!!!

    Ahora que has cogido carrerilla no te pares.
    Como poco un relato al mes.

    Me ha gustado mucho!!!

    Abrazos y buenas lecturas

    Ibán

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  5. Angel, para que veas que entro de vez en cuando... por cierto, que es ataraxia?? ...ya parlarem . oscar

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